Armando Serrano
Como adelantamos en el artículo anterior, la falta de interés de las instituciones unidas a su palmaria ignorancia sobre la realidad del audiovisual aragonés, era algo que preocupaba y sobre todo indignaba a los realizadores. No existía una política seria de ayudas a la producción. Apenas existían subvenciones, y las que había se repartían de manera poco equilibrada y con un criterio un tanto antojadizo. El abandono y la desidia eran constantes. El corto en Aragón era visto por alguna «lumbrera», como una prolongación de «Vídeos de primera», dicho esto, nos podemos dar una idea del pensamiento y agudeza intelectual que se tenía sobre nuestro cine. Mientras, en otras comunidades, no solo se protegía el cortometraje, sino que además creaban sus propias escuelas, era el caso de Cataluña y el País Vasco. Y ante todo ello, éramos capaces de ser premiados en certámenes y conseguir prestigio fuera de Aragón, cosa que por otra parte ni los medios de comunicación se hacían eco y no era precisamente por falta de información. Como dijo una ilustre periodista: «Estas noticias no venden».
Sería en Teruel donde se intentaría dar respuesta a esta situación de abandono institucional. Fermín Pérez, que era el máximo responsable del festival de cine de Teruel, realizó una convocatoria dirigida a todos los realizadores aragoneses para celebrar aprovechando el marco del festival, la que denominó: «Primera Asamblea de Cineastas Aragoneses«. Todo un acontecimiento en el panorama cinematográfico de esta tierra. El homenaje que se le rendiría al director José Luis Borau en dicho certamen, serviría para que este apadrinase la Asamblea -posiblemente esto «vendiera» algo más- y pondría de relieve la importancia de los temas y reivindicaciones a tratar. La convocatoria fue un éxito y prácticamente estaban casi todos: Cineceta, Andanzas, La Tertulia y la Sección de Cine que venían de Zaragoza, Vargas Bros, San-Gría Films, La Estética Moderna y Savijuc de Teruel, Eugenio Monesma de Huesca, además de realizadores independientes como José Miguel Iranzo entre otros, incluso estuvo un representante de «Videar», algo descolocado al ser una empresa puramente comercial y por lo tanto con intereses diferentes. La historia parecía que empezaba de manera excelente y con buen ambiente. Cineceta llevaría un programa de intenciones que fue debatido punto por punto, añadiendo y quitando cosas. Borau puso su experiencia y también su escepticismo en la mesa. Tenía claro que el futuro profesional estaba fuera de la tierra de origen, sobre todo Aragón, que era rica en la exportación de sus talentos a otros sitios. Después de debatir todo lo debatible se decidió nombrar un equipo que diera forma a lo hablado y todo esto antes de la comida, el equipo estaría compuesto por Servando Gotor, Abogado y miembro de Cineceta, él sería también el representante de la Asamblea, José Antonio Vizárraga, del mismo grupo y un poco el padre del manifiesto, y Fermín Pérez como coordinador de la Asamblea y miembro del Festival.
El manifiesto, a pesar de su extensión debido a las numerosas precisiones que se hacían, podría resumirse de una manera sencilla: ayudas a la producción y protección del cortometraje con una programación para su visualización, sería un poco el reconocimiento de los trabajos como elementos de libre expresión. Esto que parece obvio, en aquel momento y a mediados de los ochenta no lo era tanto. El documento fue leído por la tarde a los medios locales de Teruel, atraídos principalmente por la figura de Borau y el movimiento que habían organizado los realizadores. Esto salio reflejado en el periódico y emisoras de radio del siguiente día, la publicación del escrito no fue integra pero por lo menos se hicieron resúmenes y se habló de ello. Se decidió hacer lo mismo en Zaragoza y me encomendaron que preparase la convocatoria para reunir a los medios de comunicación en rueda de prensa y así, como en Teruel, facilitarles el manifiesto. Mientras, se entregaría una copia a la DGA, intentando posteriormente que la única televisión que había por entonces el Centro Regional de TVE en Aragón, concediera una entrevista para hablar del tema.
La entrevista que duró apenas cinco minutos sería digna de los Monty Python, teniendo que auto preguntarse Servando Gotor en alguna ocasión ante el desconocimiento del tema por parte de la presentadora. La rueda de prensa proyectada en la sede de la Sociedad Fotográfica y en su Sección de Cine fue todavía peor, esta vez no estaba Borau y el eco que tuvo fue inaudible, como resultado: la presencia de un solo medio de comunicación y escasa participación de los realizadores. En fin, un desastre que dio por tierra de una manera súbita las esperanzas puestas en la Asamblea. Y eso que no había pasado mucho tiempo de la eufórica reunión de Teruel ¿Qué pasó entonces? Sencillamente que dicha euforia se evaporó como los efectos de un vino que por exceso se digiere mal y donde sólo queda la resaca. El exceso de individualismo por parte de algunos realizadores que veían a la Asamblea como un «rollo» y una pérdida de tiempo (algo absurdo), y el bajísimo interés de los medios de comunicación por el tema hicieron el resto. Posiblemente y con la perspectiva que da el tiempo, la Asamblea fue como un espejismo en el desierto, un deseo de cambiar las cosas cuando estas llegan demasiado lejos y se busca soluciones de manera precipitada, y esto resalta más cuando escasea la unión y el proyecto no está bien cimentado. En la historia de esta Asamblea solo permanecen las fotos al lado de Borau.
Pero siempre pasa algo inadvertido al principio, un germen que va creciendo poco a poco, una cierta conciencia del movimiento unido a la entrada de otros realizadores que toman el relevo y al final, un cambio en la mentalidad institucional, siempre menos de lo deseado pero mucho más significativo que en tiempos no excesivamente lejanos. Existe actualmente una ACA de verdad (Asamblea de Cineastas Aragoneses) y se sigue haciendo cine de manera importante. Evidentemente algo queda bien.